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Luis Cotobal
Luis Cotobal

La convicción propia, tu mejor aliado

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En el camino del emprendimiento, así como de la vida misma, una verdad a menudo silenciada emerge con fuerza: los primeros obstáculos provienen de aquellos más cercanos a nosotros. Esta realidad, tan dura como real, se convierte en una ironía del destino donde la resistencia y la crítica nacen no de desconocidos, sino del seno de nuestra propia sociedad.

 

Es un fenómeno curioso, y a la vez profundamente humano, que aquellos a quienes llamamos amigos, familiares, o incluso conocidos casuales, se transformen en voces de duda y escepticismo justo en el momento en que decidimos dar un paso adelante hacia la materialización de nuestros sueños u objetivos. No sólo se convierten en los primeros en cuestionarnos, sino que, a menudo, son quienes más freno aplican a nuestra aceleración.

 

Esta realidad despierta una reflexión esencial sobre la naturaleza del apoyo y la resistencia dentro de los círculos íntimos. La cercanía emocional o social no necesariamente se traduce en un entendimiento profundo de nuestras aspiraciones o del contexto específico en el que deseamos innovar. Es aquí donde la duda se torna más dolorosa y desafiante, precisamente porque proviene de voces conocidas, de personas que suponemos nos conocen bien. Sin embargo, esta suposición omite un detalle crucial: el conocimiento de alguien sobre nosotros no equivale a un entendimiento completo de nuestras capacidades o del campo en el que buscamos emprender.

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La convicción propia, tu mejor aliado.

Ante este panorama, la determinación personal adquiere un valor inestimable. La decisión de avanzar, pese a las voces disonantes de nuestro entorno, debe fundamentarse en una convicción sólida, forjada en el conocimiento propio y en la pasión por el proyecto que nos mueve. Nuestros motivos, aquellos que nos impulsan a adentrarnos en nuevos horizontes, deben pesar más que cualquier crítica externa, pues la responsabilidad de nuestra vida y obra recae, al final del día, en nosotros mismos.

 

La pregunta sobre quién es el más apto para llevar a cabo una tarea es retórica en su naturaleza. Claro está que buscaríamos al más preparado, al experto, al especializado. Este principio, tan evidente en contextos críticos como, por ejemplo, la medicina, debería aplicarse con igual fuerza en el ámbito del emprendimiento. La voz del experto, del que ha recorrido ya el camino que nosotros apenas empezamos a explorar, debería resonar más fuerte que las dudas infundadas de aquellos cuyo amor o amistad, por genuino que sea, no compensa la falta de entendimiento o experiencia.

 

El desafío, entonces, no es sólo externalizar nuestras visiones y proyectos al mundo, sino hacerlo enfrentando la incomprensión de aquellos más cercanos. Sin embargo, en este proceso, emerge también la oportunidad de reafirmar nuestra confianza, de fortalecer nuestra determinación, y de recordar que, en última instancia, la validez de nuestros sueños y esfuerzos se mide no por la aprobación de los demás, sino por la autenticidad y pasión con que los perseguimos.